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A pesar de todo


Se trataba de un hombre al que sólo había visto un par de veces a lo largo de toda mi vida. Y fue en la navidad del año 2020 cuando, tras entrar en una de las habitaciones de aislamiento del fondo del pasillo, volví a encontrarme con él.

Me costó reconocerle cuando le vi, pues cuando uno lleva en la cara un Ventimask metiéndole seis litros de oxígeno por hora, una mascarilla quirúrgica encima, y además está pálido y ojeroso a causa de la enfermedad, cuesta que lo reconozcan, oye. Y más aún, si el observador, por su parte, lleva puesto uno de esos EPIs desgastados de tercer o cuarto uso, doble mascarilla, unas gafas de buzo, una pantalla protectora y sus propias gafas de vista totalmente empañadas a causa del vaho. Tuve que recurrir al ordenador de la salita de enfermería para corroborar su identidad. “Es él —me dije tras leer su nombre y apellidos—. El hombre de la habitación 143 es el hermano de mi abuela.”

Aquel hombre llevaba allí encerrado varios días, alejado de su mujer, sus hijos y sus nietos. Apartado por completo de su mundo y su rutina. Por eso, cuando aquel joven vestido de astronauta cruzó la puerta y se identificó como el nieto de su hermana, Manolo no pudo evitar derramar dos lágrimas diminutas a través de sus pequeños ojos azules, pues la felicidad lo invadió por completo tras comprobar que incluso allí, en el mismísimo infierno, tenía alguien a quien poder aferrarse.

La nochevieja la pasamos juntos allí metidos, en la habitación 143. Le retiré un rato el oxígeno para que pudiera comerse las uvas y despachar una buena parte de la botella de cava que yo mismo le había pasado de estraperlo. Por mi parte, tuve que conformarme con sentarme a los pies de la cama y disfrutar escuchando algunas de sus historias de juventud —sus amores, sus años de vendimia en Francia y el servicio militar— y no pude evitar preguntarme qué habría sentido mi abuela, a la que nunca llegué a conocer, si hace más de setenta años, en su infancia, alguien le hubiese contado que la nochevieja del año 2020 su futuro nieto y su hermano Manolo la pasarían juntos sin más compañía que la de sí mismos, charlando, riendo y contando historias. Y fue en aquel preciso momento, en aquella nochevieja tan distinta a las demás cuando, con una sonrisa triste en los labios y un rayo de esperanza en el corazón, me dije que a pesar de todo, en ocasiones la vida podía llegar a ser realmente maravillosa.


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