Contempla todas las vidas que viví
Aquella tarde Matt por fin se armó de valor y se dirigió hacia casa de su abuelo para preguntarle aquello que tanto deseaba saber de él. Después de todo, acababa de cumplir siete años y ya era todo un adulto. Al llegar a la casa de campo, lo encontró sentado en una vieja silla de mimbre bajo el porche, como de costumbre, construyendo una de esas pequeñas casitas de madera que tanto le gustaban.
—Abuelo, tengo que hacerte una pregunta— espetó Matt muy seguro de sí mismo.
—De acuerdo, nieto —contestó este a modo de guasa conteniendo la risa—, házmela.
Por todo el suelo no había más que restos de astillas y trocitos de madera, además de un martillo, una pequeña sierra, un formón y varias lijas desgastadas.
—¿Tú has sido carpintero durante toda tu vida? ¿O alguna vez te has dedicado a otra cosa? —aquella inesperada pregunta hizo reír al abuelo—, quiero decir… —continuó Matt—, ¿alguna vez has tenido otro oficio o has hecho algo distinto?
—No, Matt. Siempre he sido carpintero —contestó tranquilo—. Mi padre era el único carpintero que había en casi toda la comarca. Cuando tenía más o menos tu edad comenzó a enseñarme el oficio, así que trabajé junto a él durante muchos años, y una vez que la edad ya no le permitió seguir trabajando, yo continué con el oficio hasta el día en que yo también me jubilé.
—¡Buah! ¡Toda la vida trabajando en lo mismo abuelo! Y, ¿nunca te hubiese gustado dedicarte otra cosa? —preguntó Matt, prudente—. ¿Nuca te has aburrido de ser carpintero y has querido hacer algo diferente? No sé... viajar, vivir aventuras, o quizás tener otro oficio.
El abuelo esbozó una ligera sonrisa y se quedó mirando el paisaje en silencio: las lejanas montañas, los verdes prados y el camino empedrado que discurría hasta el pueblo. Se tomó su tiempo antes de contestar, pensativo.
Tras algunos segundos, pareció salir de su letargo y miró a Matt sonriendo.
—¡Claro que sí que he hecho otras cosas Matt, muchísimas, te estaba tomando el pelo! —el joven suspiró aliviado—. De hecho, he hecho tantas cosas y he vivido tantas aventuras que si te las contara no las creerías.
—¿De veras? —preguntó Matt, expectante.
—De veras —contestó el abuelo.
—¡Cuéntame algunas!
—Pues verás, cuando tenía más o menos tu edad viajé en un submarino alrededor del mundo, y vi todos los océanos, los mares y todas las especies que pueblan los mares.
—¡Alaa! —Matt no podía creerlo—. ¡Debió de ser increíble!
—Pues eso no es todo, años más tarde volví dar la vuelta al mundo, pero esta vez en globo.
—¡Buah! Eso debió de ser una pasada.
—Sí, lo fue. Tardé en acostumbrarme a las alturas, pero cuando lo hice todo fue de maravilla.
—¿Y qué más? ¡Cuéntamelas todas! —el niño estaba alucinado, jamás imaginó que su abuelo pudiese haber hecho tantas cosas.
—Pues verás, durante algún tiempo también viví en Londres, y allí fui el compañero de piso de un excelente detective que resolvió algunos de los casos más difíciles de la época.
—¿Sí? ¡Genial!
—También estuve enrolado en un barco pirata en busca de un tesoro escondido en una isla, y más adelante en un ballenero.
—¡Madre mía! ¿Y pudiste ver alguna ballena?
—Claro que sí, docenas de ellas. De hecho, vi un cachalote tan enorme que fue considerado como el más grande nunca visto. ¡Era espeluznante presenciar aquel prodigio de la naturaleza! —los ojos de Matt permanecían abiertos como platos—. También conocí a un tipo muy guapo, que decía ser inmortal debido a un extraño cuadro que poseía, y a otro que se decía a sí mismo caballero andante, y se dedicaba a vagar por toda Castilla la Mancha junto a su escudero a lomos de un caballo famélico.
—Vaya, abuelo. Qué gente más rara.
—Así es. Y eso no es todo, además de todo esto, también viví muy de cerca varias guerras. La primera y la segunda guerra mundial
—¡La primera y la segunda guerra mundial!
—Sí, y también luché en las guerras de Flandes, junto a un viejo capitán español de cierto renombre y su mochilero, un joven guipuzcoano.
—¡Vaya!
—Y una vez, en Francia, me gané la vida ocupando un puesto entre los mosqueteros del Rey Luis XIII.
—¿En serio? —el niño no salía de su asombro.
—Como lo oyes. Y allí conocí a los cuatro hombres más valientes y honrados que he conocido en toda mi vida.
—¡Buah abuelo! Es increíble. ¡Cuántas historias! ¿Y cómo es posible que te haya dado tiempo a vivir todas esas historias en tan solo una vida? Parecen muchas vidas en lugar de una.
El hombre empezó a reir.
—Y las que no te he contado…
—¡Pues me gustaría que algún día me las contaras todas!
—Ven, sígueme —el abuelo se levantó con dificultad de la silla y se dirigió hacia el interior de la casa—. No es necesario que te cuente todas esas historias —dijo mientras caminaban por un largo pasillo.
—¿Y eso, abuelo? ¿Por qué no? —el niño parecía extrañado.
El abuelo se detuvo ante una gran puerta de madera, y a la vez que la abría lentamente, dijo:
—Porque puedes vivirlas tú mismo.
¡El interior era una biblioteca enorme! ¡La más grande que Matt había visto nunca antes dentro de una casa! Había libros por todos lados: en las estanterías, apilados sobre el suelo, sobre la alfombra, sobre los sillones. Había libros de mil tamaños, grosores y colores sobre el gran escritorio y sobre un pequeño diván.
—¡Es increíble! Así que, ¿todos estos libros son realmente las historias a las que te referías? ¡Son muchísimas! —exclamó fascinado.
Y en ese momento, aquel hombre viejo, con una mirada que se debatía entre la nostalgia y el orgullo, le dijo al niño en tono solemne:
—Así es, Matt. Contempla todas las vidas que viví.